18/12/25

Dos besos y una victoria

Fotografía de mi viejo baúl-e

18 diciembre 2025

- Hoy quisiera dejar claro que, por mucho que hable de ella y que hasta me emocione más y más a cada minuto que se acerca la Navidad, no, yo no la inventé, ni soy su principal valedor en todos los mundos de mi universo cercano. Hoy, para evitar confusiones, no hablaré de ella.

- Dejaré escrito una vez más cuál es la razón de mi existencia, es decir, cuál es el motivo principal por el cual he conseguido llegar hasta aquí y con ello, aunque sea a ratos, consigo mantenerme en pie: Ella, la que lleva cincuenta y tres años en el otro lado de mi cama.

- Eran las nueve de la mañana. Un monitor colgado en la pared de la sala de espera iba mostrando unos enrevesados textos que marcaban la siguiente cita y, tras un ligero retraso, sonó a la vez que se vio en el monitor ese texto que coincidía con el que estaba escrito en mi ticket de cita. Curiosamente, el texto era: ATQM1972.

- El médico me recibió con gran amabilidad y me mandó a la sala de las Eco Doppler para hacerme algunas pruebas. “Túmbese en la camilla”, me dijeron. Médico y enfermera nos miraban como si de un gran espectáculo se tratara, viendo a Ella hacer la labor de tumbarme. Con su brazo, su abnegación y su habilidad consiguió que así fuera. Me senté en la camilla y, antes de tumbarme, Ella me miró fijamente durante un par de segundos antes de darme un sencillo y discreto beso en los labios. Después, con gran esfuerzo, consiguió que me tumbara en la camilla. Médico y enfermera seguían allí, paralizados.

- Terminadas las pruebas, médico y enfermera hacían gestos de querer ayudar, pero sin hacerlo. Vieron de nuevo cómo Ella, en un importante esfuerzo, consiguió dejarme sentado en la camilla, cómo me puso los calcetines y los zapatos… y cuando ya estaba en posición de saltar de la camilla, Ella volvió a darme otro discreto beso como el anterior. Entonces miré al médico y a la enfermera: los dos estaban con los ojos en lágrima y sin soltar palabra alguna, hasta que la enfermera, una vez estábamos ya los dos de pie, nos dijo: “Por Dios, hace muchísimo tiempo, quizás años, que no veía nada igual, ni tan bonito”. Y sin decir nada más, envuelta en unas disimuladas lágrimas, salió apresuradamente de la sala con el ánimo de no ser vista en ese estado.

- El médico, con cara sonriente y sin disimular su discreta emoción, me estrechó la mano y me dijo: “Enhorabuena”. Tras un par de segundos de silencio y mientras tragaba saliva, apostilló: “Ah, está usted como un chaval… bueno, como un chaval de su edad”.

- Y yo pensé que, en efecto, la vida me sigue regalando milagros cotidianos: dos besos discretos que vencen al cansancio, una mano que nunca se suelta, una mirada que sostiene más que cualquier medicina. No hay edad que pueda derrotar a quien se aferra a la ternura y a la esperanza. Porque la verdadera juventud no se mide en años, sino en la fuerza de seguir amando y resistiendo.

No te rindas: cada día, cada gesto, cada latido compartido es una victoria.

16/12/25

El día de Navidad, hoy y ayer

Imagen de mi viejo baúl-e

16 diciembre 2025

- Llega la Navidad y parece como si el mundo se hiciera pequeño, íntimo, amable, nostálgico.

- No sé muy bien por qué, pero un mar de lágrimas, húmedas y silenciosas, se desliza por mis mejillas mientras recorro la ciudad y contemplo un árbol iluminado, un incansable Papá Noel que no cesa en su empeño de recoger todas las cartas de ese mundo feliz de los inocentes jovencitos que se colocan junto a él para que su padre les haga una foto que guardarán como un tesoro toda la vida.

- Cada instante en que una imagen, una cita, una película (de esas que, dada mi escasa capacidad de moverme, ya solo puedo ver por televisión), despierta en mí un cosquilleo, como hormigas recorriendo mis viejos brazos manchados por el tiempo, brazos que algún día me darán un susto, como nos dicen a todos los que ya estamos en eso de “es que usted ya tiene una edad”.

- Sueño con ese momento en que, cada año, cuando los tenemos a todos con nosotros, evoco aquella otra era en que era yo el impaciente por descubrir qué habían preparado los abuelos o la cocinera familiar de turno para la fiesta. Lloro sin soltar lágrima alguna, no sé si escucho aquello de “cariño, no comas más que vas a subir al cielo como un globo”, pero ese día nadie se atreve a llamarnos la atención. Al contrario, pequeños y mayores se desviven por halagarnos con frases como “prueba esto que ha hecho tu nieta para ti” o “Papá, he traído ese vino que tanto te gusta”, y, cómo no, el esperado anuncio de… ¡¡¡y ahora los dulces!!!

- Pero, sin duda, lo mejor es la cantidad de conversaciones cruzadas que se repiten de un lado al otro de la mesa como si no hubiera fin del mundo. Todos hablan, ríen, comen, cuentan sus cosas… todos te abrazan y se abrazan. Y es entonces, justo entonces, cuando el Espíritu de la Navidad se apodera de mí, de nosotros, de todos nosotros, y nos sorprenden las cinco, las seis, las siete y hasta las once. La Felicidad, sentirla, nos hace felices. Y siempre me surge la misma pregunta, desde que recuerdo haberla celebrado: “¿Tan difícil sería conseguir que para el mundo entero siempre fuera el Día de Navidad?”

- Y cuando la noche se apaga y las luces del árbol titilan como estrellas cansadas, me quedaré en silencio, abrazado a la certeza de que este día no muere: se queda latiendo en cada recuerdo, en cada risa compartida, en cada abrazo que nos sostuvo. Navidad se despedirá, pero dejará su huella como cada año: un latido que nos recuerda que la vida, cuando se celebra juntos, es siempre un milagro.

14/12/25

Latidos de dignidad en la edad serena

Imagen de mi baúl-e
 

14 diciembre 2025

- Hoy quiero escribir sobre la salud, pero también sobre esa extraña dependencia que tenemos del mal funcionamiento de los sistemas públicos y privados. Quienes ya tenemos cierta edad empezamos a ser incluidos en ese grupo al que llaman con cierta condescendencia: “usted es que ya tiene una edad”. Es un apelativo que médicos, amigos y opinadores bienintencionados utilizan casi como un eufemismo para ocultar la falta de soluciones reales.

- Recuerdo aquella anécdota de la hija que, feliz, le dijo a su madre: “Mamá, me han contratado en Telecinco”. Y la madre, con ironía, respondió: “Pues haber estudiado”. Algo parecido ocurre con nosotros: cuando pedimos ayuda, la respuesta suele ser un consejo simplista, como si la complejidad de la vida pudiera resolverse con un gesto trivial.

- En informática, la frase mágica es: “¿Has probado a apagarlo y encenderlo?”. En sanidad, la respuesta es: “Entre en la web del Gobierno Autonómico”. Y en banca: “Descárguese la aplicación en su móvil”. Pero para quienes ya tenemos cierta edad, ese lenguaje digital es una jungla. Navegar por portales administrativos, pedir una cita médica o descargar un informe se convierte en una odisea.

- El teléfono del centro de salud rara vez se atiende con solvencia, porque los sanitarios trabajan bajo un estrés permanente. Los bancos han cerrado oficinas y nos empujan hacia cajeros automáticos que parecen diseñados para ingenieros, no para jubilados. Las administraciones públicas multiplican formularios y contraseñas, olvidando que detrás de cada trámite hay una persona que busca dignidad, no obstáculos.

- La comunicación es, sin duda, uno de los grandes problemas de este grupo del “usted ya tiene una edad”. Pero no es el único. También lo son:

  • La falta de acompañamiento digital para trámites esenciales.

  • La escasa empatía en servicios públicos que priorizan la rapidez sobre la humanidad.

  • La invisibilidad de los mayores en un mundo que corre demasiado deprisa y olvida que la experiencia también es un valor.

  • La soledad que se multiplica cuando la tecnología sustituye al contacto humano.

Y así llegamos al final de este desahogo.


Plegaria final

- Que quienes nos gobiernan recuerden que detrás de cada pantalla, cada cita y cada trámite, hay un rostro que merece respeto. Que no se dejen apabullar por la prisa ni por la burocracia, y que tengan el coraje de poner orden en sistemas que hoy parecen diseñados para excluir a los más vulnerables.

- Que escuchen la voz serena de quienes ya tenemos una edad, no como un lamento, sino como un latido que pide dignidad. Y que nosotros, los afectados, no perdamos nunca la esperanza ni la fuerza de seguir reclamando nuestro lugar en esta sociedad que también construimos.

- ¿Y mientras tanto nosotros qué hacemos? Resistir, acompañarnos, y seguir recordando que la dignidad no se negocia y con ello debemos protestar humilde y educadamente en todos aquellos lugares en que podamos hacerlo. Cada uno lo hará a su manera, ésta, aquí y ahora, es una de mis formas de hacerlo.


12/12/25

Felicidad entre límites y abrazos

Como este avión en tierra, mi alma sigue lista para recuperar el vuelo


12 diciembre 2025

- A mis 76 años, incluso cuando el cuerpo me recuerda sus límites con un inesperado pinchazo, descubro que la verdadera fuerza no está en los músculos, sino en la serenidad del alma. La edad y la FSHD han trazado fronteras en mi movilidad, pero no han logrado cercar mi dicha. Porque me rodean la familia y los amigos, y en su compañía hallo la paz que ninguna dolencia puede arrebatar. Soy feliz: mi vida se ha convertido en un refugio de afectos, en un canto sereno donde la fragilidad se transforma en sabiduría y la quietud en plenitud.

A veces la vida se detiene, pero sigue siendo inmensa.

10/12/25

Hubo un tiempo: Oda a la edad

Fotografía de Robert Doisneau
 

10 diciembre 2025

- Hubo un tiempo en que la edad parecía un peso, un calendario que marcaba con insistencia los días. Pero hoy sabemos que cada arruga guarda un río, cada mirada encierra un niño que aún sueña, y cada paso nos acerca no al final, sino a la plenitud de haber vivido.

- La vida no se mide en años, sino en la intensidad con que abrazamos los instantes, en la ternura que dejamos en los demás, en la esperanza que seguimos sembrando.

- Por eso, cuando Neruda nos recuerda que “todos los viejos llevan en los ojos un niño”, no habla de nostalgia, sino de la fuerza luminosa que nunca se extingue.

- Que este poema sea entonces un espejo que nos invita a mirar dentro, a reconocer que la edad no apaga, sino que enciende con más hondura la llama de lo que somos:

Yo no creo en la edad.

Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.

Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuanto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?

Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.

Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
 
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.

Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora!

Pablo Neruda

08/12/25

La eternidad cabe en una caricia

 

Imagen de mi baúl-e

08 diciembre 2025

- Sentado en el salón, después de comer, hago ver que me duermo. Y entonces ocurre la magia: unas pequeñas manos me colocan una mantita encima, unos labios diminutos me regalan un beso en la mejilla, y escucho cómo las voces bajan el tono, un “pssssss” y un “no despertéis al abuelo”. La casa huele a comida de domingo, a Navidad, a hogar feliz.

- Cuando finjo despertar, todos quieren jugar conmigo a lo que sea. La mayor decide con entusiasmo: “¡Vamos a jugar al Monopoly!”. Y veo cómo a la abuela la rodean, queriendo enseñarle sus creaciones en TikTok o en Instagram. Se ríen, son felices… y nosotros, a esta edad, sentimos que la vida nos regala lo mejor de sí misma. Es el descanso del guerrero, el premio al trabajo bien hecho, aunque no sepamos explicar muy bien cuál ha sido nuestro mérito.

- Hay una felicidad para cada tiempo, y un tiempo para aprender a entenderla. No renunciar nunca a ella nos convierte en sabios a nuestra manera: aprendemos a ser pacientes, a no tener prisa. Porque para ser feliz no hace falta correr, basta con saber acompañar a quienes nos rodean y nos quieren, como si cada día fuese el último.

- Y así descubro que la verdadera eternidad no está en los años, sino en estos instantes que se graban en el alma. La felicidad no se busca, se reconoce en los ojos de quienes nos rodean. Y en este escenario, donde la vida baja el telón despacio, siento que el papel de abuelo es el mayor premio que me ha tocado interpretar.

06/12/25

La noche y sus revelaciones

De mi viejo baúl-e cosechada con aquellos primeros pasos de Bing/Imágenes

06 diciembre 2025

- Escribí hoy, hace un rato, de madrugada, algo que seguramente sale de la imaginación de un irresponsable "imaginarista" que ya escribió esto alguna otra vez y siempre en plenitud imaginativa que es cuando la realidad se hace menos cruel y más digna.

- En mi escenario de esta noche ya arruinada por un seguro, imaginario y más que brillante amanecer, un amigo me dijo, casi en silencio y muy sonriente: “yo también te quiero”. No pude resistirme: lo escuché como si lo gritara dentro de mí. Le di un abrazo de reencuentro, nos tomamos un par de copas con sabor a pasado, a fiesta, a diferencias olvidadas, a tiempos de luz e imaginación sin límites. Prometimos repetirlo.

- Pero en otro punto del mismo escenario, otro reencuentro me llevó al recuerdo de una olvidada decepción que omití representarla como merecía el momento, pero me abstuve, no tengo edad, ni salud para disgustos, no todo puede ser reluciente en una misma y adivinada relación de amistad no reconocida... sonreí. Dicen que a las personas se las conoce en los momentos extremos: en un incendio, en un accidente, ante una puerta cerrada… o frente a una contrariedad absurda. Y ahí, la decepción se mostró desnuda.

- En el otro lado de la escena, Antonia, superviviente por excelencia, parecía que su olvidada quimioterapia le había vuelto a la cara. Sin motivo alguno y de forma inesperada, decidió marcharse (Antonia), a llorar en otro rincón, lejos de las risas, de la música y de la falsa interpretación de una felicidad con fecha de caducidad. Corrí tras ella, le hablé, la abracé, recompusimos nuestra imagen y volvimos al escenario principal de la noche donde todo el mundo se muestra feliz.

- La noche, sin embargo, tuvo su propio y feliz poema cuando ya parecía que nada más iba a suceder. Lo escribió un veterano chaval, setentón, con abundantes canas y un peinado de pintor trasnochado. Alto para su edad, siempre sonriente, exageradamente amable, siempre con la ayuda de sus dos primeras copas de Tom Collins perfectas y una ansiedad por vivir que no ocultaba ni en su salud contrariada. Su forma de entender la amistad era esencial, y su manera de entrar y salir del espacio central nocturno (las próstatas ayudan a evadirse de complicadas preguntas o de conversaciones que no vienen al caso). El joven veterano y setentón galán, bastón en mano izquierda, desaparecía al ritmo de Born to be alive del gran Patrick Hernández en dirección a los cuartos de agua (WC), una vez había dejado bien claro en un constante discurso de que su vida era feliz, muy feliz y que el amor cura cualquier dolencia por mala que parezca.

- Cuando volvió (algunos lo consideraban odioso, otros sorprendente), pero, sin motivo aparente alguno, antes de sentarse en la tribuna del ala musical más cercana a la del chico que organiza, calienta y dispone el orden de salida de los mp3, le dio un lento y discreto beso en los labios a la mujer que lo acompañaba y que él mismo siempre repetía que estaba a su lado desde hacía más de cincuenta años. Me dijeron (los que siempre se fijan en todo lo que hacen los demás), que era real, y yo me sentí halagado de saberlo tan cercano, tan próximo ... tan dentro de mi conciencia.

- Me encantó que alguien, sin nombrarme, relatara esa historia como si fuera un cuento. Una pareja feliz, imaginaria para unos, real para otros. Yo siempre aspiré a sentirlo (como así lo vi en mis Padres), y sigo en ello.

- Apenas he abierto los ojos, me he puesto a escribir este post, no sea que se me olvide tan bello relato que suena a cuento y que quizás lo sea, aunque a mi me parezca felizmente real.

El fin de un calendario, el inicio de otro: ¡¡¡Feliz 2026!!!

31 diciembre 2025 - En este último día del viejo calendario, cuando el año se nos va soltando su última página, algo en el aire se vuelve di...