03/09/25

De guateques a galaxias: la danza continúa

 

Bailamos como si el tiempo no existiera


03 septiembre 2025

- Desde que di mis primeros pasos (según la versión más amable y antigua que recuerda mi familia sobre mi capacidad de mover los pies y el cuerpo al ritmo de cualquier música), fui, y sigo siendo, un gran amante del baile y la música. 

- A los 16 años me convertí en cantante de un grupo de rock llamado los Drakars. Aquello duró poco, pues ya tenía trabajo, estudios que superar y además jugaba al fútbol en la DAMM juvenil. No había tiempo para tantas cosas. Aunque es cierto que ser cantante a esa edad era una buena tarjeta de presentación para relacionarse con el sexo femenino, aunque solo fuera para tontear. La verdad es que ni cantaba bien ni aquellas credenciales me sirvieron de mucho, porque a los diecisiete (justo al cumplirlos), me enamoré de una pelirroja que aún hoy sigue siendo mi faro y mi alma. A ella le canté todas mis canciones y le leí todos mis discursos sobre un idealismo basado en el trabajo, el esfuerzo, la familia y el estudio... y salió bien.

- Cuando se es joven, nada parece imposible. Se cree tener tiempo para todo. No haré ahora un discurso inaguantable sobre lo que era trabajar de ocho a tres en una compañía de seguros y de tres a diez asistir a la escuela de aparejadores... y además aprobar. Pero lo hice. Y lo hicimos muchos. Porque entonces, la juventud venía con hambre de futuro y con una fe casi ciega en que el esfuerzo daba frutos.

Los fines de semana eran de ensueño. Comenzaban a la una del sábado, ya que nuestras jornadas laborales eran de 55 horas semanales. Los domingos por la tarde, hasta las diez como máximo, podíamos ir a bailar a alguna discoteca con la novia y los amigos, todos emparejados como dictaba la moral de la época. Por la mañana, tocaba playa en Caldetas con los padres o algún hermano que vigilaba la decencia. Toda una época feliz, aunque exigente. Pero feliz.

- Y ahora me pregunto: ¿por qué estoy contando esto? ¿Por qué intento anclar mi memoria en aquellos tiempos felices y difíciles de nuestra juventud? Tal vez porque al mirar atrás, uno entiende mejor lo que está en juego hoy. Y porque recordar no es solo nostalgia: es también advertencia.

- Hoy, al mirar atrás, no puedo evitar pensar que la juventud, en cualquier época, ha sido siempre un territorio de sueños, de promesas, de futuros que se imaginan accesibles y brillantes. Pero el mundo que construimos hoy parece haberles robado a los jóvenes las alas con las que nosotros volamos. Les negamos referentes, oportunidades, espacio para crecer. Les rodeamos de miedos, de violencia, de incertidumbre. Y mientras los valores que nos guiaron (el esfuerzo, la empatía, la fidelidad, el conocimiento), se tambalean, ellos no son culpables. Somos nosotros quienes debemos reaccionar. Porque si no lo hacemos, si seguimos mirando hacia otro lado, la ruina no será solo de ellos, será de todos. ¿Estamos aún a tiempo? Tal vez sí. Pero sólo si dejamos de contar recuerdos y empezamos a construir ejemplos.


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