No era un día cualquiera cuando me echaron de la Escuela de Aparejadores en el 69. Lo que pasaba es que había terminado la “carrera”, que para la época era una de las grandes y de mayor futuro profesional. Todo el día en la calle, mandando, derribando pilares, haciendo dibujitos de detalle a los encargados, casco blanco en la trasera del coche, siempre almorzando, tomando copas y sobretodo, viajando. Eso era lo que te esperaba cuando salías al mundo laboral de la época y bien que lo hicimos y de inmediato.
Total: Con veinte años, teníamos la carrera y la mili hecha y cien años por delante para comernos el mundo. Eran nuestras ilusiones, las de todos los que habíamos corrido delante y detrás de los grises pidiendo libertad, unos, y fortuna, otros, pero eran tiempos de ilusiones. Nada nos iba a detener teníamos el síndrome renovador de los 70. Luego, jornadas de 14 horas, obras en cualquier parte del mundo, viajes y más viajes y grandes posibilidades de crecimiento profesional y sobretodo mucha ilusión y mucho trabajar.
Todo eso nos ha llevado hasta aquí, pero hay algo que no hemos sabido hacer; Trasladar ese espíritu a las generaciones actuales.
Siento decirlo, pero ayer pequé; Estuve viendo, en el quiosco, la portada de una Revista del corazón y, ah, anoche me dormí viendo Telecinco. Podía haber sido peor, pero no, por la tarde acabé librándome de la TV por los pelos, aunque eso sí, pequé nuevamente, sí, vi un trocito del programa cual es el de mayor audiencia en esa franja horaria, pero con mucha y preocupante, diferencia.
Me quedé fascinado por la exultante controversia que varios jóvenes de 40 años, mezclados con veteranas y veteranos lenguaraces de la cosa ajena, (de ambos sexos), mantenían alrededor de la importancia del hecho de la renovada relación de unos y de otros con las unas y las otras del medio y la repercusión que ello iba a tener en la labor de las revistas de “la cosa de la estética corporal, mental y liderazgo de la friquería televisiva” y lo importante que era el asunto para una sociedad que vive en búsqueda del consumo, del narcisismo, del culto al body y del “yo primero”.
Eran gente muy versada en el asunto de la vida de los demás y en el de la revalorización del icono de cada personajillo criticado a base de averiguar, entre otras lindezas, si hubo sexo bajo un edredón o sin él lo cual, al parecer, junto con su capacidad de insultar y de ser más ordinario u ordinaria que ninguno o ninguna, sube mucho su cotización para presentarse a contar su vida, cobrando por ello, en cualquiera de los DeLuxe televisivos que cada vez se prodigan más en nuestras TV.
Por otra parte, el asunto sociológico que supone ver la actitud de las criaturas que actúan en el Reality y el verbo que utilizan es para ponerse a pensar seriamente sobre lo que habremos tenido que hacer para que esto haya llegado hasta aquí.
Hablaba hace unos días, en una charla pública, sobre la actitud de las generaciones emergentes en el mundo profesional y llegué, (llegamos), a la conclusión de que no todo está perdido. Pero hay que atacar el problema cuanto antes. Ellos, los emergentes, no tienen la culpa, bueno, no solo ellos tienen la culpa. Tampoco tienen la solución, pero todos si la tenemos y me refiero a analizar sin tapujos las culpas y las soluciones.
Empecemos ya, desde abajo, desde que son enanos, en un caso, y desde la ejemplaridad en los otros, que son casi todos los demás. Necesitamos más “Anguitas” y más “Padres de la Constitución”, y menos connivencia, menos abandono, más fidelidad y menos choriceo en los que ostentan el poder, parental en unos y político en otros. En todos los casos, el cambio está en nuestras manos. ¿Sabremos hacerlo?
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