08 noviembre 2025
- Hace ya algunos años, quizás más de diez, cuando una mañana cualquiera, tropecé en la tienda de las verduras con un joven de unos treinta años que arrastraba una silla de ruedas ocupada por un simpático chaval de unos veinte, afectado por esclerosis. No pude evitar entablar conversación con el mayor, empezando por unas preguntas triviales sobre el tiempo. Poco a poco, la charla nos llevó a su historia y la de su hermano: huérfanos desde hacía una década, vivían un calvario constante, peregrinando por oficinas de la Seguridad Social y del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, buscando una mano amiga que les ayudara. Pero él no se quejaba. No había en su rostro (en la de los dos hermanos), ni una sombra de derrota.
- El mayor se había convertido en médico y pensaba llegar a especializarse en Neurología. El pequeño, con una sonrisa que iluminaba, se manejaba en Internet vendiendo servicios de entrega rápida. Me quedé maravillado. La Polaca, la entrañable señora que nos cobraba las verduras, dibujó lágrimas en sus mejillas cuando abracé al joven y le dije que era todo un campeón. A mí también me emocionó, como a todos los presentes.
- Ayer, en el hospital, me encontré con el neurólogo, ya un hombre de cuarenta y pocos años. Me reconoció, aunque a mí me costó hacerlo. Hablamos brevemente, pero sus palabras me dejaron el alma rota. Al preguntarle por su hermano, me dijo que había fallecido hacía cinco años, dudó en si seguir y lo hizo durante unos breves segundos y con tono muy triste y serio me contó: "Murió en paz. Su cara bondadosa le trajo a su vida a muchas personas de bien que nos ayudaron mucho. Antes de su último suspiro mi hermano me miró con ternura y se despidió de mi: Hermano, te espero en el cielo, te lo mereces… y se fue". El neurólogo me cogió la mano y se despidió con un: "Si algo necesita, ya sabe dónde encontrarme".
- Diré para terminar que hay seres humanos que, sin pedir nada, lo dan todo. Que enfrentan la adversidad con dignidad, sin quejas, sin rencor. Que transforman el dolor en impulso, y la necesidad en vocación. El mayor de aquellos hermanos no solo cuidó, estudió y trabajó: sembró esperanza. Y el menor, con su bondad, abrió puertas que ni él imaginaba. Son ejemplos vivos (y eternos), de que el amor, la entrega y la fe en los demás pueden cambiar destinos. A quienes dan todo por los demás, sin esperar recompensa, les debemos más de lo que creemos. Son ellos quienes nos recuerdan que la verdadera grandeza está en el corazón y que la fuerza del pesimismo debe ser combatida con amor, dedicación, fuerza y una enorme valentía. Ser pesimista puede estar de moda, no caigamos nunca en su trampa, siempre hay un cómo y un alguien en quien confiar... aunque a veces (demasiadas veces), solemos ignorar que la mayor fuerza está siempre muy cerca, está en nosotros mismos.
Também és um herói, amigo Enrique.
ResponderEliminarPor vezes, falas da tua doença, mas nunca dos teus incómodos diários. Calas as tuas queixas e brindas os amigos com textos muito belos, plenos de fé e esperança. Muito obrigada.
Um grande abraço.
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Gracias, querida Majo. Mi enfermedad (la más importante), es invalidante, pero no es especialmente dolorosa, es decir la FSHD (Distrofia facioescapulohumeral), se dedica a destruir y/o debilitar determinadas zonas musculares que te dejan en una silla de ruedas con el tiempo, y aunque no es frecuente, si el músculo que desaparece es el del pulmón o el del corazón, adiós a la vida. No me quejo porque sería injusto hacerlo, hay mucha gente peor que yo, pues yo a pesar de mi invalidez todavía manejo a mis 76 años la cabeza bastante bien.
EliminarUn fuerte abrazo, eres muy amable ... un ángel.