04 julio 2024 (Festividad de Santa Isabel de Portugal)
- Recuerdo que cuando me pusieron la primera inyección (en la nalga derecha), yo tendría unos seis años y el Doctor Riera (ay, DM, era de esos médicos que iban por las casas a ver a los enfermos en los años 50 y 60), me preguntó previamente al pinchazo: No llotrarás ¿verdad? No señor, le contesté, me ha dicho mi Madre que eso me va a curar.
- Nunca lloré de chico, era un bicho raro, apacible por fuera y rebelde por dentro, pero ahora soy como una plañidera, sí, lloro por emociones inesperadas, por gestos de mis nietos, por dolor cercanos a mi alma, por casi todo lo que suponga alegría, pena o "noseporqué", pero no importa, la rebeldía se esfumó a la vez que mis plumas se han ido cayendo y algunas ilusiones han quedado dormidas por la cruel influencia de una genética e incurable enfermedad que me obligó a tener que sentarme en el sillón del olvido.
- Casi siempre fui rebelde y quizás por eso no me apeteció nada asomarme a mi corta estancia en la Política Empresarial (el servilismo no es un plan digno de crecimiento personal, ni profesional), ni a un ascenso profesional en Madrid, pero lo que nunca pude soportar es tener un "Comandante" por encima de mi cargo que no tuviera NPI de casi nada o, al revés, que supiera demasiado, pero sin saber. La rebeldía, con los años, fue perdiendo fuerza, ya sabéis, tuve que hacer posible ese viejo consejo popular de "mejor cabeza de ratón que cola de león, antes que hacer de mi rebeldía una guerra inútil (no empieces una guerra que no puedas ganar).
- Buscaba (ahora mismo), con los ojos cerrados, cual es el coste de la rebeldía, pero no lo logré (quizás no quiera), diré lo que decían esos buenos amigos que conocí en mis dos años en Lanzarote donde viví una etapa profesional tan emocionante, como feliz.: ¿Tú sabes?
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