Me preguntaban-e ayer de modo insistente por qué escribía yo aquí y en casi todas partes donde lo hago, si apenas nadie me lee y yo, tras unos segundos de corta meditación le contesté: Porque me gusta beberme la música cuando nadie me ve.
- Buscaba defenderme de esa sensación de que todo se acaba, (se acabará, pero sin prisas, dice mi buen amigo Juan), y me puse a leer ... me reencontré con Octavio Paz:
"Es hermosa la vida si hay amor... es más fácil fundirse si hay calor", esas son frases (versos), que se extraen de esta extraordinaria canción de José Luis Perales de las cuales, y de su mensaje, todos en este desigual, alocado e imprudente mundo en el que vivimos, deberíamos aprender y practicar.
Quizás aún estemos a tiempo de frenar esa locura mundial en el que entre unos y otros con más o menos desmedidas ansias de poder van arrastrando al mundo a una tercera guerra mundial, siendo lo peor o eso parece, que da la impresión de que la gente vive al margen de la situación, es decir, es como si lo que viene solo va a afectar a otros.
Te pasas la vida buscando guerra para conseguir tus objetivos personales, profesionales y hasta los más inimaginables, pero cuando llegas a eso que suelen llamar "cierta edad" y empiezas a notar que las chicas cincuentañeras empiezan a llamarte de usted y/o que te ceden el paso a la hora de subirte en el ascensor, es entonces, justo entonces, cuando empiezas a valorar eso que algunos solemos llamar la soledad deseada, pero cuando se produce en el momento en que lo deseas y te lo puedes permitir. Desgraciadamente también tengo muchos amigos que sufren de lo contrario, sufren una soledad no deseada y eso, sin duda, los está matando cada día un poquito más y más, un verdadero martirio.
Sabemos que se quiere mucho más aquello que se ha conseguido con mucho esfuerzo y fatiga. No sé si lo habremos conseguido, pero como decía mi Madre, lo más importante no es conseguirlo, lo más importante es creérselo.
No obstante, soñemos, quizás lo hayamos logrado sin tener que creérnoslo... ni saberlo.
Recuerdo que, allá por el año 2003, tuve que asistir a un curso sobre liderazgo y de las cosas que me contaron una de las que más me impresionó fue la del grito, sí, teníamos que gritar de modo individual (cada uno de los once beneficiados por el curso), hasta que nuestra garganta alcanzara el máximo nivel auditivo y eso constituía una terapia imprescindible y de gran eficacia contra el estrés.
Añadiré que, previamente a los gritos, el profesor/instructor advirtió a los responsables y a los ocupantes de las salas contiguas del ejercicio del grito que íbamos a practicar.
Al día siguiente tuve que ir al otorrino a revisar mi garganta, claro, y nunca he tenido que practicar tal terapia por expresa recomendación del otorrino y del propio sentido común, no obstante, la mayoría de mis compañeros asistentes al curso, cada vez que nos reencontrábamos en los mensuales eventos organizados para aplaudir al jefe de modo ritual y, también, para rendir cuentas ante él, me contaban que sí practicaban la terapia del grito y que les funcionaba. Uno de ellos nos contó, ante el cachondeo general, que un día se le ocurrió practicar la terapia de noche, encerrado en el baño, pero su mujer llamó al 112 y que casi lo encierran en un psiquiátrico.